domingo, 27 de noviembre de 2011

Carta

"Ojalá supieras comprender tu deber de ser meramente el sueño de un soñador. De ser apenas el incensario de la catedral de los devaneos. De tallar tus gestos como sueños, para que no fuesen si no ventanas abiertas a paisajes nuevos de tu alma. Así se vertebraría tu cuerpo en simulacros de sueño y entonces no sería posible verte sin pensar en otra cosa, y harías recordar a todo menos a ti misma y verte sería oír música y atravesar, sonámbulo, grandes paisajes de lagos muertos, vagas florestas silenciosas perdidas en el fondo de otras épocas, donde pares invisibles, y diversos vivien sentimientos que nosotros no tenemos.
Yo no te querría para nada sino para no tenerte. Querría que, soñando yo y si aparecieses tú, pudiera yo imaginarme aún soñando- no viéndote tal vez, pero advirtiendo quizá que el resplandor de la Luna ha llenado de [ ] los lagos muertos y que ecos de canciones ondean súbitamente en la gran floresta tácita, perdida en épocas imposibles.
La visión de ti sería el lecho donde mi alma, niña enferma, se adormecería para soñar otra vez con otro cielo. ¿Si hablarías? Si, pero de tal modo que oírte fuese no oírte sino ver grandes puentes a la luz de la luna, uniendo las dos orillas oscuras del río que va a dar al antiguo mar donde las carabelas son nuestras para siempre.
¿Sonríes? Yo no lo sabía, pero en mis cielos interiores vagaban las estrellas. Me llamas dormida. Yo no me daba cuenta, pero en el barco distante cuya vela de sueño bogaba bajo la luna, veo lejanas marismas."

Bernardo Soares.

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